El Norte de Castilla
Real Valladolid

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El Real Valladolid terminó el curso pasado roto, derruido, como si Josué -repitiendo la conquista de Jericó- hubiera marchado sobre Zorrilla a toque de trompeta. Sin jugadores y casi sin aficionados, solo faltó que arrojaran sal sobre el césped para asegurar que de los escombros no pudiera salvarse nada sobre lo que reconstruir el futuro.

El verano no ha conseguido ser el bálsamo que pase página y cierre heridas. Tras los últimos años de caída libre, parece que aquella poesía de don Jorge Guillén fuera escrita para un momento tan delicado como el que vive el Real Valladolid: «¡Qué lejos ayer de hoy! Hondo ayer: dos fuimos uno. Hoy no estás y yo no soy». Perdidos en la memoria aparecen ahora los recuerdos que aquellos días de vino y rosas, de estadio complacido y plazas llenas. Aquellos en los que el equipo se fundía con su gente como un solo ser. Tres años después, el Real Valladolid dejó de estar y la afición dejó de ser.

De ahí que cueste tanto recomponer el ánimo primero y la ilusión después. No porque no se desee sino que, por puro instinto de supervivencia, se tiende a proteger los sentimientos con una coraza de tantas veces que se han visto destrozados cada vez que fueron expuestos. Igual que el perro de Pavlov, que a fuerza de repetir la secuencia de escuchar una campanilla y recibir comida salivaba con oír solo un tintineo, el aficionado del Valladolid guiado por el recuerdo de las penurias pasadas, cuando dirige sus pasos a Zorrilla se desazona con la misma ansiedad del que camina por la milla verde o se aproxima al potro de tortura.

El club ha empezado de cero con toda la esperanza, sí, pero también con todas las dudas que el recuerdo de otros proyectos fallidos no logran despejar. Apelar a los colores ayuda, evocar que en alguna ocasión esta entidad miró a los ojos a los más poderosos enorgullece. Pero corresponde al cuerpo técnico y a los jugadores el convertir en bendita la locura de aquellos que guiados por la sabiduría, por la fe o por la inocencia, muestran desde el minuto cero su convencimiento por un final feliz; y en sacarnos del escepticismo a todos los demás que por miedo, y como cantaría Extremoduro, nunca llevamos el corazón a Zorrilla por si nos lo quitan.